viernes, febrero 17, 2006

Quintilio Varo contuvo levemente la respiracion mientras Pirro le colocaba la toga alrededor del torso. Al otro lado de la cortina, a la luz de las lamparas de aceite se veian las siluetas vacilantes de los primeros comensales que llegaban al banquete nocturno. La toga, del mas fino lino egipcio, era algo fresca para Germania, incluso en invierno, pero era un regalo de Augusto, y Varro estaba convencido de que le traia buena suerte. Y hoy queria causar una gran impresion a los jefes barbaros de su comitiva, en esta su primera noche en Germania.
Queria dejarles claro tanto que sus intenciones eran impartir justica y fortalezar la Pax Romana como que se sentio lo bastante seguro como para adoptar en plena Germania la misma vestimenta que llevaria en su domus de Roma.
Pirro termino de colocarle su tunica, con su ancha franja purpura senatorial y le trajo un espejo de bronce de cuerpo entero, en el que Quintilio pudo admirar su aspecto. Si, una imagen apropiada para impresionar a aquel hatajo de salvajes.
- Pirro, ve y mira a ver cuantos han llegado ya.
- Si, señor.
El pequeño epirota dio los ultimos retoques a la toga de su amo, y asomo la cabeza al otro lado de la cortina. La mitad o asi de las sillas habian sido ya ocupadas, y justo en ese momento entraba el caballero Arminio, uno de los germanos falderos de su señor.

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